La realidad es que las
familias ensambladas están constantemente en construcción, por supuesto que
siempre hay un inicio y éste a su vez debió haber comenzado con el final de una
historia previa, y en ese inter, seguramente hubo muchas decisiones que tomar, duelos que vivir, ciclos que cerrar, en fin.
Para construir una familia
ensamblada se requiere de mucho valor, de madurez y sobre todo de voluntad.
Valor porque se necesita creer y confiar en algo que no nos funcionó
previamente, y que seguramente nos generó temores, inseguridades, heridas, etc. Valor para dejar la comodidad y
el egoísmo de dedicarse sólo a uno mismo y a sus propios intereses. Valor para compartir
lo que se tiene, lo que ha costado trabajo, pero sobre todo, valor para aceptar
lo que ya alguna vez fue “usado” sin verle o reclamar las marcas del pasado.
Valor para no empezar de cero.
La madurez para vivir la vida desde otra perspectiva, actuar de diferente manera a la que evidentemente no nos funcionó. Hay veces que no debemos tomarnos la vida tan estrictamente o pensar demasiado al grado de hacer callar al corazón, a la intuición o a la felicidad misma. La madurez de hacernos responsables de nuestras decisiones, cualesquiera que sean. Madurez para actuar con inteligencia emocional con el propósito de beneficiar a toda la familia y no nada más a unos cuantos.
Voluntad es eso que nos hace dar un paso, no importa el tamaño, pero que nos mueve, y es más evidente en los momentos difíciles. Es el “empujón” de Dios para que las cosas sucedan, la traducción correcta es: amor.
Nadie nos garantiza que una familia ensamblada no pueda fallar, que no fracase. Los desafíos a los que se enfrentarán serán los mismos de una familia “convencional” pero además surgirán aquéllos concernientes al proceso de acoplamiento que cada uno de los integrantes enfrente. El construir una familia ensamblada es una decisión de soñadores valientes de gran Fe, dispuestos a hacer un nuevo camino aún con equipaje a cuestas.