sábado, 16 de abril de 2016

Sólo queremos la medicina que nos gusta


Mi sobrina fue recetada con un tónico de sabor muy desagradable para el padecimiento estomacal que tenía, realmente no sabía nada bien, sin embargo había padecido mucho al punto de sentirse muy debilitada e incapacitada para asistir a la escuela y hacer sus actividades normales, su ánimo estaba cambiando, se sentía muy triste pues no podía tomar alimento sin que posteriormente sufriera unos dolores muy fuertes.

-'Tienes que tomarte esta medicina 2 veces al día, ah, y no puedes comer ningún tipo de irritante, como los dulces enchilados que tanto te gustan, eh?'- le indicó la doctora, a la cual conocía desde nacer por lo que le tenía cariño.

Al llegar a casa, Lety, la madre de mi sobrina, le preparó la primera cucharada, la niña abrió la boca grande, tenía una gran esperanza en que esa medicina acabara con todas las horribles molestias que padecía. Al sentir el medicamento en su boca, la niña hizo una expresión entre dolor y asco que la hicieron devolver la mitad de la cucharada e inmediatamente pegó un grito -"sabe horrible!!!, no la voy a tomar!!", y así fue, ese día no hubo poder humano que  la hiciera tomar la medicina.

Al siguiente día la niña simplemente se desaparecía a la hora del medicamento, hacía todo lo posible por no tomarlo, llegó a decir que ya se sentía bien con tal de evitarlo - "Es sólo un trago" - decía su mamá, pero eso a la niña no le importaba, no estaba dispuesta a pasar ese trago amargo ni siquiera para su propio bien. 

Mi hermana llamó a la pediatra para decirle lo sucedido y preguntarle si podía mezclarlo con algún endulzante o jugo para poder aminorar ese mal sabor, pero la doctora indicó que no, que debía ser asi, tal cual del frasco. La niña al escuchar esto se enojó muchísimo con la doctora, hasta le dijo a su madre que esa era una mala doctora y que ya no quería ir con ella, que la llevara con otra porque esa no servía, hasta pensó que lo hacía a propósito para que no comiera más dulces y volviera a enfermar. 

Mi sobrina se rehusó a tomar el medicamento ese día también, hasta que su madre hizo algunas trampas y decidió ponerle miel a la cuchara a fin de disimular el sabor, la niña aún hacía sus muecas de desagrado pero accedía a tomar el medicamento, sin embargo, éste no surtía el efecto deseado hasta que la miel fue disminuyendo en la cuchara al punto que ésta sólo contenía medicamento y ella aprendió a aceptarlo, pues cuando lo hizo, notó una gran mejora en su estómago.

Semanas después mi sobrina se sentía prácticamente bien y seguía en el tratamiento, sin embargo, empezó a comer esos dulces enchilados que tanto daño le hacían y eran el detonante para su malestar estomacal. La niña los comía con gusto, y percibía un leve retortijón después de hacerlo, sin embargo ella decía que "no le dolía tanto, que podía soportarlo"

Terminó el tratamiento, mi sobrina no estaba del todo recuperada, todavía estaba resentida del estómago aunque se daba por satisfecha por el hecho de poder comer sus dulces y no sentirse tan mal y poder hacer sus actividades normales. 

Tiempo después, algunos años más adelante, mi sobrina tuvo que ser operada de 2 úlceras úlceras estomacales y su dieta se vió drásticamente reducida, con la advertencia de que comer irritantes sería desastrozo para su sistema digestivo. 

Finalmente mi sobrina aprendió a aceptar que tiene un estómago débil y dañado al cual necesita cuidar, y cambió sus hábitos alimenticios, descubrió que hay muchos alimentos que además de ser nutritivos y naturales, también son sabrosos, ahora es una chica muy sana que no come irritantes, no tanto porque los tenga prohibidos, sino porque ya no le llaman la atención, - No sé cómo comía eso que sabe tan horrible - dice.

Toda esta experiencia me hace reflexionar, que, no importa la edad, a veces ni el padecimiento. Sólo queremos y aceptamos la medicina que nos gusta, sólo estamos dispuestos a sanar alguna área de nuestra vida si no tenemos que pasarnos un trago amargo, como lo es el darnos cuenta de nuestros errores, la aceptación de que algo no estamos haciendo bien o que realmente estamos llevando nuestra vida por un rumbo equivocado. 

Esto seguramente como padre lo has vivido ya sea tú o con tus hijos, sin embargo, aún siendo adultos, no actuamos de forma tan diferente. Primero, esperamos a sentirnos realmente mal para buscar ayuda, para aceptar que hay algo que nos lastima o molesta. 

Ya que por fin aceptamos o vamos a pedir ayuda y nos dicen el origen de nuestros males, podemos aceptarlos o no, y nosotros somos los que debemos de tomar ese medicamento, el cual puede ser cambios de hábitos, de apegos, aceptación hacia hechos que no queremos aceptar, dejar la codependencia hacia lo que me permite "salirme con la mía", en fin, todo aquello que nosotros sabemos que nos afecta, pero nos gusta, como a mi sobrina los dulces que a la larga le ocasionaron úlceras. 

Cuando tenemos que estar en ese tratamiento, nos negamos, hacemos trampa, incluso podemos decir que el doctor o quien nos está guiando en la sanación, está mal, que no sirve; podemos volvernos en su contra y hasta llegar a pensar que quien está mal es él o alla, pero no nosotros, - "Todos los demás están mal!, no se ponen en mi lugar! me quieren quitar lo que me gusta!!! - y si nos falta amor propio, optaremos por dejar que el padecimiento siga, nos autorrecetamos y optamos por buscar más doctores hasta encontrar uno que me diga lo que quiero oír, que no me obligue a hacer lo que no quiero hacer; ese es el bueno, pero obviamente, las bacterias o el mal que no se ataca, crece, se fortalece y hace de tu cuerpo o de tu mente su hogar feliz..

Nos acostumbramos a vivir asi, dejamos que ese bicho o malestar siga ahi, pero un día nos damos cuenta ya se ha adueñado de nosotros, ya decide por nosotros, ya nos pide que lo alimentemos más, que le de más dulces, y lo hacemos, bueno, podría decirse que hasta le tomamos cariño y decimos "Así soy" pero el que habla es el bicho, no uno. 

Finalmente pasa algo que nos recuerda que estamos atentando contra nosotros mismos, tocamos fondo, nos damos cuenta que estamos igual o peor que al principio. Puede ser que repitamos la misma historia de rechazo ante la medicina, o puede ser que por duro y doloroso que sea, aceptemos la cura, ese trago amargo que no queremos tomar porque sabe horrible, porque se siente horrible, porque duele.

Pero llega el momento de ver los resultados, por supuesto que se ven, y empiezas a darte cuenta que aquéllo que tanto te gustaba (pero te dañaba) ahora te es desagradable, repulsivo y por el contrario, tu medicina sabe deliciosa; te sientes sereno y responsable de tus decisiones y te sientes orgullosa de ellas porque sabes que son las que hacen bien a ti y a tu entorno; eso se llama "me amo y elijo lo que me hace bien", y es un tratamiento que debe tomarse todos los días. 

Creado y escrito por R. María Aguilera